Opinión - 9 de noviembre de 2022

Pensar de forma diferente la transición ecológica en los países emergentes

Escrito por Bertrand Piccard 4 min lectura

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El inicio de la COP 27 se vio empañado por los retrasos, ya que los delegados no lograron ponerse de acuerdo sobre la conveniencia y la forma de incluir en el orden del día la cuestión de las pérdidas y los daños, en referencia a las consecuencias del cambio climático que sufren los países más pobres.

No quiero ser simplista, pero básicamente es la misma pregunta que nos hacemos cada año de forma diferente. Y, al final, ninguno de los participantes se va satisfecho.

Por supuesto, es lógico que esta COP, acogida por el gobierno egipcio y también llamada "COP africana", quiera poner en primer plano estas cuestiones. El objetivo de 100.000 millones de dólares anuales fijado en la COP 21 nunca se cumplió y las estimaciones para compensar las pérdidas y los daños son mucho más elevadas en la actualidad, pasando de 290.000 millones de dólares a 580.000 millones de dólares anuales en 2030, hasta alcanzar 1,7 billones de dólares en 2050.

Tenemos que encontrar otra forma de pensar y responder a la pregunta. Las palabras de hoy de la Primera Ministra de Barbados, Mia Mottley, suenan especialmente bien: "Nuestra capacidad de acceso a los coches eléctricos, las baterías y los paneles fotovoltaicos está limitada por los países que tienen una presencia dominante y pueden producir por sí mismos. El Sur sigue estando a merced del Norte en estas cuestiones".

Para los responsables políticos de estos países, está claro que la transición ecológica está intrínsecamente ligada a las necesidades básicas, como el transporte, la electricidad, el agua potable, la alimentación y la vivienda.

Así que cuando pensamos en una "transición justa", no se trata sólo de permitir que la gente sobreviva mientras se asegura de que se aleja de las viejas formas sucias e ineficientes de hacer las cosas, sino también de utilizar la transición ecológica para desbloquear toda una nueva forma de vida. Sabemos que existe la tecnología para lograrlo.

Hay que saber que los países más pobres se empobrecen cada año importando combustibles fósiles con divisas. Es imprescindible plantearse un salto tecnológico para la transición ecológica: pasar de una producción centralizada de energía sobrevalorada con una distribución que no llega a las periferias, a una producción deslocalizada, fuente de desarrollo para la población, con medios de energías renovables que se han convertido ya en las fuentes más baratas. Hay suficiente dinero disponible en el mundo para hacerlo, pero las inversiones dependerán de la estabilidad política de los países en cuestión.

Un término que también aparece en los debates es el de "transferencia" de los países ricos a los pobres. Transferencia financiera y tecnológica. ¿Hay que dar prioridad a la financiación de las empresas locales de nueva creación, o más bien garantizar que las soluciones necesarias se adapten rápidamente al resto del mundo?

Quiero responder que "ambas cosas". Es innegable que una creará propiedad intelectual local, y la segunda aportará tecnologías ya probadas. Pero no debería haber una implantación a gran escala sin un desarrollo empresarial local.

Sin embargo, hay muchas que responden a los problemas de las comunidades locales: un sistema namibio de movilidad eléctrica con carga fotovoltaica para zonas remotas, un sistema solar de deshidratación de frutas y verduras para evitar el deterioro de las cosechas o semillas recubiertas de moléculas que limitan la necesidad de agua y fertilizantes.

No es casualidad que el 17º objetivo del desarrollo sostenible sea la colaboración. Debe convertirse en la piedra angular de una transición ecológica que, si queremos que tenga éxito, debe ser justa y equilibrada entre los dos hemisferios. Así es también como podemos juzgar el éxito de la COP27.

Publicado por primera vez en La Tribune y en el periódico suizo Le Temps

Escrito por Bertrand Piccard en 9 de noviembre de 2022

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