Opinión - 13 de noviembre de 2022

Violencia climática o resistencia civil

Escrito por Bertrand Piccard 4 min lectura

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El actual debate sobre el "eco-vandalismo" me lleva a analizar cómo se han producido las reivindicaciones a lo largo de la historia.

En el pasado, lucharon contra la esclavitud o el apartheid, por la libertad, los derechos civiles o la igualdad de género. A veces violentos y juzgados por terrorismo, con un precio puesto a sus cabezas. Encarcelados como Mandela o buscados como Begin o Arafat por atentados, recibieron después el Premio Nobel de la Paz. Asesinos para unos o resistentes contra el invasor para otros, su destino depende tanto de la época como de la victoria o la derrota de su bando.

Hoy luchan por el clima, con el mismo fervor, cierta violencia y siempre la misma frustración al ver que las líneas avanzan tan lentamente. Las manifestaciones populares se suceden en cada conferencia sobre el clima y se radicalizan. Surgen acciones cada vez más brutales, con cortes de tráfico, depredaciones, incluso lanzamiento de piedras o morteros. Aquí ya no se trata de defender el destino de un pueblo o de la sociedad civil, sino de garantizar el futuro de la humanidad. ¿Es insano enfrentarse a la inercia de los gobiernos? ¿Rechazar la destrucción de la biodiversidad o la contaminación del agua? ¿Ofenderse del egoísmo de los conductores de grandes coches contaminantes?

A pesar de que hoy hay 1.800 millones de jóvenes en el mundo, la mayor proporción de la historia, sus voces no se traducen en acciones. Ya sea hablando en cumbres importantes o en protestas pacíficas, perdiendo los nervios y lanzando latas de sopa a las obras de arte o quedándose atascados en las carreteras, el mensaje es idéntico, pero con una rabia creciente: ¡están hartos!

Por primera vez en su historia, la Conferencia de las Partes les ha dedicado un pabellón oficial. ¿Será suficiente para aplacar esta ira? Lo más probable es que no, mientras persista el sentimiento de impotencia. Este sentimiento siempre ha llevado a la rebelión. Ante lo que consideran un "ecocidio", estos jóvenes reaccionan como ante un genocidio, con una frustración que ya no pueden contener. En su mente, no tienen nada que perder: su futuro ya ha sido confiscado por los responsables que no quieren actuar. A sus ojos, su comportamiento está justificado como medio para lograr su objetivo.

¿Son héroes o anarquistas? Denostados hoy por la opinión pública, ¿serán rehabilitados como los que rompieron las órdenes de los dictadores o sabotearon las infraestructuras del enemigo? Formular la pregunta es responderla en parte. Pero sólo en parte...

Lo que hay que considerar es la verdadera capacidad de las acciones violentas para lograr el cambio o no. Responderé que es útil frente a los gobiernos que quieren evitar el desorden y que ya han reaccionado varias veces proclamando la emergencia climática. Si no se le obliga a moverse, el político permanecerá inmóvil. Pero no es útil cuando vemos la exasperación y la incomprensión de la población.

En Europa, tenemos dos movimientos con acciones similares pero con objetivos diferentes. Uno grita "Stop petróleo" y el otro "Renovación". Una demanda irreal (porque el mundo se colapsaría si de repente dejáramos de consumir petróleo) frente a una demanda seria para que las infraestructuras obsoletas y contaminantes se modernicen con tecnologías más eficientes y económicamente rentables.

Está claro que es fundamental convertir el enfado en propuestas concretas. Quedarse en el camino aborreciendo a la industria siempre será menos útil que animarla a transformarse.

Hoy, con la misma rabia, la misma frustración, los jóvenes podrían conseguir mucho más gritando "soluciones, soluciones", en lugar de "problemas, problemas". Y si, a pesar de ello, los responsables siguen sin hacer nada, nadie se sorprenderá de que no sean sólo las manifestaciones las que degeneren, sino la situación en su conjunto.

Escrito por Bertrand Piccard en 13 de noviembre de 2022

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