Opinión - 17 de noviembre de 2022

La biodiversidad, el capital olvidado

- Foto de Sigmund

Escrito por Bertrand Piccard 4 min lectura

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Durante demasiado tiempo, la biodiversidad ha sido el gemelo feo del cambio climático, a menudo ignorado. Esto se explica en parte por el hecho de que existen soluciones técnicas concretas alineadas con las nociones de la economía de mercado para combatir el cambio climático, mientras que la biodiversidad se protegerá mejor mediante cambios de comportamiento provocados por normas y legislación vinculante.

También existe la percepción - errónea - de que la biodiversidad sigue siendo el dominio de los "amantes de la naturaleza", de aquellos que creen que la naturaleza no debe ser tocada porque no encaja en el marco de la economía "real".

Este desfase entre dos temas que, en definitiva, son las dos caras de una misma moneda -la transición ecológica- es tanto más sorprendente cuanto que el reciente análisis de Planetary Boundaries publicado por el Stockholm Resilience Center muestra claramente que la pérdida de biodiversidad es aún más crítica que la del calentamiento global y que sus causas están relacionadas. Sin embargo, podemos esperar que se firme un acuerdo histórico en Montreal dentro de unas semanas, y que sea para la biodiversidad lo que el Acuerdo de París fue para la crisis climática.

¿Gritos de alarma injustificados? ¿Expectativas exageradas de fracaso? A menudo invoco el hecho de que la protección del medio ambiente es una tremenda ventana de oportunidad para el desarrollo económico y que existen soluciones para aprovecharla. Sin embargo, es una ventana que se está cerrando rápidamente y, si no actuamos con decisión, me temo que pronto dejará de ser así; de hecho, no habrá nada más que desarrollar.

Invisible y dada por sentada, la defensa de la biodiversidad es esencial en este sentido, ya que sostiene todo nuestro sistema económico. Los científicos estiman que el valor económico de los servicios ecosistémicos mundiales, la gran mayoría de los cuales no se contabilizan realmente, es de entre 120 y 140 billones de dólares al año, lo que es enorme comparado con el valor total de la economía mundial global, que era "sólo" de unos 94 billones de dólares en 2021. Por lo tanto, debemos asegurarnos de que el verdadero coste de la utilización de estos recursos se tenga en cuenta en nuestro sistema económico.

Para ello, quiero insistir una vez más, en este día de la biodiversidad en la COP27, en que es fundamental aplicar también aquí el concepto de eficiencia: obtener un resultado superior consumiendo menos recursos es la mejor manera de hacer que la protección del medio ambiente sea económicamente rentable. Los ecosistemas estarían mucho más sanos si les exigiéramos menos, y existen tecnologías que nos permiten hacerlo.

Sin embargo, las soluciones técnicas no serán suficientes sin cambios profundos en el marco legislativo y normativo. Hemos visto lo beneficioso que ha sido en otros sectores la modernización de las leyes para acelerar realmente la transición. Lo que se aplica a la energía, la movilidad y la construcción también se aplica a la biodiversidad.

Pero, sobre todo, hay que acabar con la hipocresía actual que consiste en criticar la deforestación y la pesca ilegal mientras se siguen comprando sus subproductos, como la soja y el aceite de palma, que utilizan las mismas prácticas destructivas de los ecosistemas naturales. Esto, sin tener en cuenta los intereses comerciales en conflicto. Basta recordar que un ex primer ministro francés se negó a recibir al líder amazónico Raoni en su residencia de Matignon porque al mismo tiempo intentaba vender aviones de combate a Brasil...

Sin olvidar el sentido común para enfocar la situación de una manera un poco más lógica. Incluso desde la perspectiva de la doctrina capitalista, es incomprensible la forma en que nuestro mundo está destruyendo el capital natural, y empobreciéndose en consecuencia. No estamos en el capitalismo, sino en el egoísmo a corto plazo. Es hora de que todos exijamos garantías. Al día siguiente de superar los 8.000 millones de personas en el planeta, la inmensa mayoría de las cuales aspira, con razón, a mejorar su nivel de vida, no hay más remedio que reorientar nuestra economía hacia nuestro capital (natural).


Publicado por primera vez en La Tribune y Le Temps

Escrito por Bertrand Piccard en 17 de noviembre de 2022

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