Opinión - 23 de septiembre de 2019

¿Somos realmente capitalistas?

Escrito por Bertrand Piccard 4 min lectura

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La versión del capitalismo que ha dominado los mercados mundiales durante el último medio siglo está siendo cuestionada, con razón, como nunca antes. Mientras que más de mil millones de personas han salido de la pobreza en la última generación, nuestro sistema económico también ha contribuido a disparar las desigualdades, el malestar social, la inestabilidad política, y nos ha puesto al borde de una catástrofe climática que agravará todo lo demás.

Como dije a los Jefes de Estado en la reciente Cumbre del G7 en Biarritz, algo ha fallado en nuestro sistema económico. El capitalismo está pensado para aumentar el capital, pero lo que estamos haciendo hoy es exactamente lo contrario: estamos erosionando los cimientos sobre los que se construye nuestra prosperidad. Estamos arruinando nuestro capital natural mediante el uso ineficiente de nuestros recursos naturales, contaminando el aire y los océanos, destruyendo nuestra tierra. Y estamos arruinando nuestro capital humano mediante la reducción de los salarios, haciendo cada vez más difícil que la gente llegue a fin de mes.

Desde la década de 1970 hemos adoptado una forma de capitalismo que ha hecho del aumento de los beneficios financieros la mejor forma en que una empresa puede contribuir a la mejora de la sociedad. Esto ha dado lugar a un sistema económico que se centra en el siguiente paso y no en lo que viene en el horizonte. Este es claramente un modelo imperfecto, y estamos viendo un cambio.

El mes pasado, 181 consejeros delegados de las mayores empresas estadounidenses optaron por cambiar la definición del papel de sus empresas, declarando que ya no existen con el único fin de generar beneficios para los accionistas (un concepto conocido como "primacía del accionista"), sino para beneficiar a todas sus partes interesadas, incluidos los empleados, los clientes y la sociedad en general.

Siguiendo a sus homólogas estadounidenses, 99 empresas francesas que representan un volumen de negocios total de 1.650 millones de euros y que emplean a 6 millones de personas en todo el mundo firmaron el "Compromiso Climático de las Empresas Francesas" en una reunión anual de las principales empresas francesas, comprometiéndose a invertir 73.000 millones de euros en tecnología de baja emisión de carbono para reducir sus emisiones de GEI.

En el G7 también se anunció una coalición de empresas internacionales que impulsan el crecimiento inclusivo, y otra que pretende reducir el impacto medioambiental de la industria de la moda. Existen iniciativas similares en otros sectores y algunas empresas están haciendo promesas ambiciosas por su cuenta: Maersk, el Grupo Mahindra, IKEA o Nestlé son otros ejemplos de empresas que se han comprometido a ser neutras en cuanto a emisiones de carbono, o incluso "positivas para el clima", aparentemente poniendo el crecimiento a corto plazo en segundo lugar frente a una visión que integre la sostenibilidad en sus modelos de negocio.

Los políticos deben ver estas señales y aprovechar esta oportunidad, para consolidar este movimiento e introducir regulaciones ambiciosas que puedan apoyar a estas empresas a alcanzar sus objetivos.

Por eso hay que replantear el deber fiduciario, una obligación legal para garantizar que quienes gestionan el dinero de otras personas actúen únicamente en interés de los beneficiarios. El deber fiduciario, tal y como se define actualmente, ha institucionalizado jurídicamente la codicia. Ha encerrado incluso a los directores generales e inversores más concienciados con el medio ambiente y la sociedad en una espiral de beneficios y toma de decisiones a corto plazo. Sin embargo, si se actualiza para incluir criterios medioambientales, sociales y de gobernanza (ESG), se daría a los directores generales las herramientas y la flexibilidad para considerar sus impactos sociales y medioambientales, y tomar decisiones que beneficien a la empresa más allá de la próxima llamada del inversor.

Una empresa o un inversor del siglo XXI sólo debería poder prosperar si respeta el deber medioambiental y social. Actualizar el deber fiduciario para tenerlo en cuenta es fundamental para nuestra prosperidad a largo plazo y para evitar lo peor de la crisis climática. Es un ejemplo importante de una norma que debe adaptarse a nuestro contexto actual.

Necesitamos una normativa que nos empuje a superar nuestras viejas formas de pensar y hacer las cosas. Que nos obligue a avanzar hacia el futuro. Por eso necesitamos que las políticas evolucionen para apoyar a las empresas que están dispuestas a adoptar un modelo de negocio sostenible, y forzar a las que son reacias a cambiar.

Dejar que las empresas pioneras asuman compromisos espontáneos sin una regulación posterior introducirá una distorsión de la competitividad que es un desastre para toda la industria. Si los gobiernos no hacen un seguimiento, se corre el riesgo de que las empresas vuelvan a hacer lo de siempre cuando tengan dificultades.

No hay duda de que el camino hacia una economía descarbonizada estará lleno de desafíos. Pero con las medidas adecuadas, podemos conseguir que volver atrás ya no sea una opción.

Si tienen éxito, puede que por fin acertemos con el capitalismo.

Escrito por Bertrand Piccard en 23 de septiembre de 2019

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