Opinión - 3 de noviembre de 2021

Negociadores y jefes de Estado en la cuerda floja en la COP26

Escrito por Bertrand Piccard 2 min lectura

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LAS CUMBRES Y LOS FRACASOS DE LA COP26. Cualesquiera que sean los compromisos que adopten los responsables de la toma de decisiones en una conferencia internacional sobre el clima, luego deben encontrar la aprobación de las poblaciones a nivel nacional.

En una reunión como la COP26, asistimos en realidad a la conjunción de tres mundos: el de los que quieren cambiar el sistema (pero no saben cómo hacerlo); el de los que se resisten al cambio (buscando mantener el statu quo el mayor tiempo posible); y, por último, el de los responsables de la toma de decisiones que deben asumir compromisos. Hasta ahora, estos tres mundos parecían vivir en constante confrontación. Hoy, la evolución de la situación y las soluciones les permiten tirar de la misma cuerda.

Tras dos días de conferencia en Glasgow, los debates son ricos y esperamos que se obtengan resultados significativos. Pero no olvidemos que cualquier compromiso contraído en un evento de este tipo tendrá que ser aceptado después a nivel nacional, por los parlamentos y la población. Los negociadores y los jefes de Estado están en la cuerda floja, y su misión se asemeja a un ejercicio especialmente delicado.


Una visión emocionante y positiva

Cuando vemos que el impuesto sobre el carbono, considerado esencial aquí, sacó a los chalecos amarillos a la calle en Francia, y que incluso la población suiza rechazó un referéndum -la ley sobre el CO2, arrasada el pasado mes de junio- que apuntaba directamente a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, nos damos cuenta de que los compromisos contraídos por los jefes de Estado en una conferencia internacional no significan gran cosa.

En esta compleja ecuación, el papel de la sociedad civil adquiere una gran importancia a la hora de alentar y apoyar los compromisos que deben asumir los representantes políticos. De ahí la necesidad de presionar desde la calle a través de manifestaciones, de utilizar los instrumentos democráticos que tenemos la suerte de tener en Europa, como las peticiones o las iniciativas populares, o incluso de interpelar a los medios de comunicación.

En este sentido, los movimientos ecologistas son fundamentales para presionar, no sólo para que los responsables asuman por fin sus responsabilidades, sino también para que la población apoye las medidas que se plantean. Sin embargo, permítanme subrayar para terminar que esta acción militante sólo tendrá sentido si da a la ecología una visión emocionante y positiva. Cualquier imagen amenazante ahuyenta a los responsables, a los negociadores y a los ciudadanos. Sólo con esta condición conseguiremos movilizar a la población, de lo contrario la cuerda corre el riesgo de romperse...

Este artículo de opinión se publicó por primera vez en La Tribune y en el diario suizo Le Temps.

Escrito por Bertrand Piccard en 3 de noviembre de 2021

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