Opinión - 4 de noviembre de 2020

"El deber de toda sociedad humana debería ser protegerse de las desviaciones de quienes están destruyendo el planeta"

Escrito por Bertrand Piccard 6 min lectura

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A lo largo de la pandemia de coronavirus, la deforestación se ha duplicado en todo el mundo. Mientras la mitad de la humanidad estaba ocupada luchando contra un virus que parecía estar fuertemente vinculado a la destrucción de la biodiversidad, otras personas aprovechaban la situación para impulsar una mayor deforestación en Indonesia, el Congo y la selva amazónica, por nombrar sólo algunos lugares. Esta observación de un informe del WWF suscitó muchas preguntas sobre los tiempos absurdos en los que vivimos. ¿Cómo podemos poner en peligro a otras personas -y a nosotros mismos- por puro egoísmo? Este es el tipo de preguntas que cautivan a los psiquiatras, preocupan a los financieros y atormentan a los escritores fascinados por la globalización.

Esta situación nos recordó inmediatamente la teoría de Jared Diamond sobre el colapso de la sociedad. El geógrafo estadounidense utiliza la civilización de la Isla de Pascua como ejemplo en su libro. Según Diamond, la desaparición de esta cultura se debió principalmente a su constante búsqueda de prestigio. Como las estatuas que construían eran cada vez más imponentes, los habitantes de la Isla de Pascua necesitaban más madera para mover estos famosos gigantes de piedra. Como resultado de su alocada carrera, la isla quedó completamente deforestada, lo que provocó la erosión del suelo, la pérdida de biodiversidad y, en última instancia, el colapso de su sociedad.

Entonces, ¿qué pasa por la cabeza de las personas que están destruyendo nuestro planeta y poniendo en peligro su propia civilización? ¿Cómo podemos seguir financiando fuertemente los combustibles fósiles contaminantes a pesar de las advertencias de la comunidad científica? ¿Cómo podemos seguir destruyendo el suelo, vertiendo plásticos y productos químicos en los ríos y océanos, agotando los recursos del planeta y financiando a los grupos de presión para eludir todas las obligaciones?

¿Se debe a la falta de conocimiento? Puede que algunas personas no sean conscientes de la gravedad de la situación medioambiental, pero es difícil creer que la gente pueda ignorar por completo el peligro al que nos enfrentamos. Los científicos llevan advirtiéndonos desde los años 80 y los incendios generalizados, la pérdida de biodiversidad, la contaminación atmosférica y las inundaciones demuestran que los efectos ya son visibles.

Otra hipótesis es que a los seres humanos les resulta muy difícil predecir las consecuencias de sus acciones en el tiempo y el espacio y establecer la conexión entre el comportamiento actual y el impacto que tendrá en el futuro o en otra parte del mundo. Por eso el error de una persona parece insignificante -y a menudo lo es-, aunque repetir el mismo error varias veces en todo el mundo tenga consecuencias desastrosas. Así que seguimos conduciendo nuestros coches de combustión, tirando nuestras cápsulas de café y dejando las luces encendidas en las habitaciones vacías. Como dijo Tolstoi, "todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo".

La sumisión a la autoridad es otra posible explicación. Es más que probable que la persona que cortó el último árbol de la Isla de Pascua actuara bajo órdenes y no por voluntad propia. Muchos verdugos se escudan en este mismo argumento cuando se juzgan sus atrocidades. Mientras las normas no cambien, seguimos obedeciendo ciegamente. La legislación actual en muchas partes del mundo hace que sea demasiado fácil liberar contaminantes, importar productos químicos venenosos y destruir el medio ambiente. Algunas empresas y personas utilizan la falta de normas penales medioambientales más estrictas como excusa para no cambiar su comportamiento, de forma perfectamente legal.

Otros simplemente no saben cómo hacerlo. Lo único que mantiene a muchas empresas y personas en activo son actividades que, por su propia naturaleza, están destruyendo el planeta. Sus directivos no están necesariamente en condiciones de cambiar de rumbo. Por ejemplo, los jefes de las empresas que producen pajitas de plástico o combustibles fósiles, los explotadores de minas o los propietarios de vertederos. Tienen inversiones que deben rentabilizar, empleados que pagar y familias que alimentar. Hay que ofrecerles planes ambiciosos para reciclar a los empleados y mejorar sus fábricas. Tenemos que ofrecerles alternativas rentables -plásticos biodegradables, fuentes de energía renovables y salidas para sus residuos- para ayudarles a seguir obteniendo beneficios de su actividad. Esto es exactamente lo que la Fundación Solar Impulse se ha propuesto conseguir con la Etiqueta de Solución Eficiente, diseñada para promover soluciones que puedan proteger el medio ambiente de forma rentable.

Pero queda una última categoría, la de las personas conscientes de la gravedad de la situación y de las consecuencias de sus actos, que podrían hacer las cosas de otra manera y saben que es factible, pero que prefieren seguir adelante hasta llegar a un callejón sin salida. Su única motivación es el atractivo del beneficio a corto plazo, sin tener en cuenta el sufrimiento o la desigualdad resultantes. Son aparentemente insensibles al sufrimiento de otras personas, muy egocéntricos y carecen de culpa. Personas así son, con toda probabilidad, psicópatas según la definición de la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5), un texto de referencia mundial.

No nos referimos a los sádicos sanguinarios y violentos que nos aterrorizan en las películas -que probablemente se describirían más exactamente como sociópatas-, sino a las personas que sufren un trastorno psiquiátrico bien conocido, la psicopatía. Esta enfermedad, que se caracteriza específicamente por los síntomas mencionados anteriormente, parece afectar a personas que desconectan totalmente su empatía para evitar compartir el sufrimiento de otras personas. Se cree que casi el 3% de los adultos padecen este trastorno. Además, un artículo de 2016 publicado en la revista Crime Psychology Review estimó que, en el ámbito laboral, la prevalencia de psicópatas es mucho mayor entre quienes ocupan puestos de liderazgo, con casi un 20%. Está claro que es más fácil ascender en la escala del éxito si se carece por completo de escrúpulos, se pasa por encima de los demás y no se pierde el sueño cuando se despide a varios centenares de empleados, a pesar de las penurias que provoca a las familias, todo ello en un intento de impulsar la cotización de la empresa en la bolsa.

Se puede informar a los que no saben, convencer a los que dudan, ayudar a los que lo necesitan o dar mejores órdenes a los subordinados; pero la única manera de hacer frente a los psicópatas es protegerse de ellos.

En nuestra opinión, el papel y el deber de todas las sociedades humanas es protegerse de esas desviaciones, igual que hacemos con los asesinos. Cuando los directores de empresas y los dirigentes políticos toman decisiones contrarias al bien común, siempre hay que considerar su responsabilidad personal. La decisión de un individuo de verter toneladas de productos químicos venenosos en un río, dando lugar a innumerables casos de cáncer y poniendo en peligro todo un ecosistema, es tan reprobable como la de un asesino en serie. La única diferencia es que, hoy en día, uno acabará en la cárcel pero el otro saldrá impune.

Hoy debemos abordar estas cuestiones. La respuesta puede ser penal. Puede ser moral. También puede formar parte de una muy necesaria revisión de nuestro modelo de sociedad. Eligiendo el beneficio -no como un fin en sí mismo, sino como un medio para contribuir al bien común de nuestro planeta y de todos los que lo habitan- estaríamos ayudando a poner fin a estas desviaciones. Y si los líderes políticos no son capaces de tomar las medidas adecuadas para proteger a las personas que representan, es como si admitieran ser ellos mismos un psicópata.


Dr. Bertrand Piccard, psiquiatra y explorador, Presidente de la Fundación Solar Impulse

Bertrand Badré, ex director gerente del Banco Mundial, director general de Blue Like an Orange Sustainable Capital

Erik Orsenna, escritor, miembro de la Academia Francesa


Este artículo se publicó originalmente en francés en Le Monde. Lea el originalaquí.

La traducción fue proporcionada porAlto Internacional.

Escrito por Bertrand Piccard en 4 de noviembre de 2020

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