Opinión - 23 de enero de 2020

El sol bajo el mar

Escrito por Bertrand Piccard 5 min lectura

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Hace 60 años, el 23 de enero de 1960, mi padre conquistó el cuarto polo.

Los cuatro polos de nuestro planeta, Norte y Sur, alto y bajo, siempre han fascinado a los exploradores. La Antártida y el Ártico vieron competir a Amundsen y Scott a principios del siglo XX, y luego a Peary y Cook. Cuando en 1953 Hillary y Tensing alcanzaron la cumbre de nuestro planeta, el Monte Everest y sus 8'848 metros, sólo quedaba un polo por conquistar: la Fosa de las Marianas a 11'000 metros de profundidad, enterrada en medio del Océano Pacífico, entre Guam, Japón y Filipinas. Como todos los grandes retos en el mundo de la exploración, este objetivo se convirtió en una carrera entre varios países, entre ellos Estados Unidos, Japón, Francia y... Suiza.

Mi abuelo Auguste ya había inventado y probado el primer Bathyscaphe, su submarino para el abismo. Con la ayuda de mi padre Jacques, había construido un segundo, el Trieste, en el que padre e hijo habían alcanzado 3'150 metros en el Mediterráneo, una hazaña increíble en aquella época. Pero todavía estaban muy lejos del cuarto palo.

Ese era el único objetivo que tenía en mente mi padre. No tanto por el triunfo, sino para demostrar que la tecnología estaba preparada y, sobre todo, para buscar señales de vida en la fosa marina más profunda, donde los gobiernos querían verter sus residuos radiactivos. La apuesta medioambiental era enorme.

Para llegar hasta allí, mi padre encontró los medios necesarios con la Marina de Estados Unidos y buceó con un teniente de la Armada estadounidense, Don Walsh. Tras varias pruebas con éxito a profundidades intermedias, estaban preparados para la inmersión definitiva, la que les llevaría a las profundidades de nuestro mundo. El 23 de enero de 1960, entraron en la esfera de acero unida a su gigantesco flotador y oyeron que un oceanógrafo del equipo les gritaba de nuevo "Debéis encontrar rastros de vida ahí abajo; ¡el destino de los océanos depende de vosotros!".

Y ese deseo se hizo realidad. Tras ocho horas de descenso al fondo de la Fosa de las Marianas, a 10.916 metros bajo cero, mientras la cápsula recibía 1.150 kilos de presión por centímetro cuadrado, el haz de los reflectores iluminó un pez plano de unos 30 centímetros. Si vivía allí, en la arena, era porque las corrientes le llevaban oxígeno desde la superficie, donde, necesariamente, volvían a subir. La prueba absoluta de que existía una mezcla natural de los océanos, incluso en el fondo del abismo, y que ésta dispersaba los residuos radiactivos en todas las aguas del mundo.

Ese día marcó el inicio de la prohibición de utilizar las fosas marinas como contenedores de residuos radiactivos. Para mí, que entonces era todavía un niño, fue la demostración de que la exploración científica debía estar al servicio de la protección del medio ambiente. Un estado de ánimo que me acompañaría para siempre.

A mi padre le gustaba bucear, como a mí me gusta volar, para descubrir y proteger un mundo maravilloso. Dedicó toda su vida a ello y todavía construyó varios submarinos. A menudo me hablaba de su fascinación por el "Sol bajo el mar", explicándome la magia de este encuentro, en la superficie de los océanos, entre la luz y los microorganismos que fabrican el oxígeno para los seres vivos. Por ejemplo, los peces que había observado a 11 kilómetros de profundidad existían gracias al sol. Un sol cuya energía se filtra en la oscuridad total del abismo para hacer posible la vida.

Hace exactamente 60 años, el cuarto polo fue conquistado y salvado. ¿Pero qué pasa con la propia Tierra? La humanidad sigue arrojando sus desechos a la Naturaleza, su plástico a los océanos y su CO2 a la atmósfera. El futuro sigue oscureciéndose para los habitantes de nuestro Planeta. Los polos geográficos se están derritiendo, el Everest está plagado de toneladas de basura y Victor Vescovo, que ha vuelto recientemente a la Fosa de las Marianas, ha encontrado trozos de plástico.

Para dejar de destruir la Tierra y sus cuatro polos, para dejar de poner en peligro nuestro espacio vital y nuestra calidad de vida, tendríamos que descubrir un quinto polo: el polo interior, que podríamos llamar Conciencia o Sabiduría.

Al mundo de la exploración no le faltan nuevas dimensiones que conquistar. ¿Quién quiere embarcarse en esta carrera?

Este artículo se publicó originalmente en La Croix (en francés). Puede leerlo aquí.

Escrito por Bertrand Piccard en 23 de enero de 2020

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