Opinión - 17 de enero de 2018

Los reguladores, por favor, sean valientes

hombre haciendo senderismo en las montañas
- Foto de "Quiet Frontier" // pack fotográfico realizado para DTS por @iampatrickchin

Escrito por Bertrand Piccard 4 min lectura

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Por qué somos tan exigentes con el último smartphone y, sin embargo, tan relajados con todas las nuevas tecnologías que tienen que ver con la energía. Hoy tenemos tecnologías que pueden hacer que un avión vuele día y noche sin combustible, pero también tecnologías para electrificar el transporte, para aislar adecuadamente las casas, para reducir masivamente el despilfarro energético e incluso para desarrollar procesos industriales mucho más eficientes.

Estas tecnologías existen, pero están estancadas en startups, laboratorios, universidades y a veces incluso en grandes empresas, sin llegar nunca a los usuarios finales. ¿A qué se debe esto?

En parte se debe a que sólo se impulsa la innovación mediante el uso de dinero público para conceder subvenciones. Aunque sigue siendo bueno, sólo puede llevar las buenas ideas hasta cierto punto. Si no satisfacen una necesidad, naufragarán cuando entren en contacto con el mercado. Si seguimos permitiendo que la gente contamine como hasta ahora, la mayoría de las innovaciones en este campo quedarán sin utilizar. Así que hay que crear las condiciones para que las innovaciones no sólo lleguen al mercado, sino que lo hagan, y una forma de hacerlo es contar con una normativa ambiciosa que ayude a conseguirlo.

Así que debemos observar cuál es el paradigma que nos impide avanzar, y cambiar ese paradigma. En este caso, tenemos que entender que nuestro sistema liberal, tan reacio a la regulación, se beneficiará de un marco legal que obligue a utilizar tecnologías más innovadoras y eficientes. No sólo para proteger el medio ambiente, sino también para crear puestos de trabajo e impulsar el desarrollo económico.

Podemos hacerlo reconociendo que la protección del medio ambiente se ha convertido en algo rentable. Este es otro cambio de paradigma. Cuando no lo era, la gente simplemente lo ignoraba. Eso significa que es financieramente viable introducir un marco regulador para el uso de la eficiencia energética y las energías renovables que demuestre que estas tecnologías no son caras ni malas para la industria, sino que son de hecho todo lo contrario.

Por ejemplo, hoy se construye una nueva central eléctrica en Arabia Saudí, donde la electricidad procedente de la fotovoltaica costará 1,8 céntimos por kWh. En México será de 1,77 céntimos. Eso es entre 10 y 15 veces menos caro que lo que pagamos aquí en Europa por la electricidad sucia.

En cuanto a la eficiencia energética, es tan increíblemente rentable -se estima en 25 tn de inversión en infraestructuras en la próxima década y media- que incluso las empresas que paguen un impuesto sobre el carbono van a ser más rentables que las que no lo hagan, porque están obligadas a ser más eficientes, a ahorrar energía, a implantar nuevas tecnologías.

La sustitución de los sistemas anticuados por sistemas limpios, modernos y eficientes representa la mayor oportunidad de mercado para la industria en este siglo.

Sin embargo, a los mercados les gustan dos cosas: la certeza y -sobre todo en industrias tan masivas como la energética- el statu quo. Por eso se resisten a las perturbaciones y a la incertidumbre que conlleva la innovación. Y la falta de un sistema regulador integral que promueva el crecimiento económico limpio puede estar alimentando la incertidumbre. Las empresas saben que los marcos legales que pondrán un precio al carbono están por llegar, pero no saben cómo serán ni cuánto costarán. Así que están adoptando un enfoque de esperar y ver, manteniéndose resistentes al cambio. Y el mercado está atascado, y la innovación con él.

Consideremos el equilibrio de Nash -la teoría del matemático John Forbes Nash Jr.- que ayuda a explicar por qué cada jugador de un mercado tomará la mejor decisión para sí mismo, basándose en lo que cree que harán los demás, y ningún jugador tiene nada que ganar cambiando sólo su propia estrategia. Pero si los reguladores pueden crear leyes que reflejen con exactitud el coste de utilizar tecnologías antiguas, sucias e ineficientes, y demostrar el potencial de las soluciones limpias, los reguladores tienen la oportunidad de acallar esta incertidumbre y crear las condiciones para atraer la innovación al mercado.

La ciencia es segura, las tecnologías existen, la financiación es cada vez mayor y la voluntad política está en gran medida presente. Ahora necesitamos medidas para hacerlo realidad.

Las empresas con visión de futuro ya están tomando la iniciativa por sí mismas; casi 1.400 han establecido precios internos del carbono para afectar materialmente a las decisiones de inversión y reducir las emisiones de GEI en previsión de un precio del carbono, incluidas más de 100 empresas de la lista Fortune Global 500 con ingresos anuales de 7 billones de dólares. Pero estos son los valientes que avanzan a pesar de la incertidumbre. La regulación debe aprovechar este impulso.

Puede resultar bastante paradójico pedir más regulación para estimular el crecimiento económico. Pero cuando puede impulsar la innovación y puede ayudar a la gente a estar más en el futuro que en el pasado, creo que vale la pena.

Así que mi llamamiento es a los reguladores para que sean valientes y hagan el marco legal de acuerdo con la evolución de la tecnología, y cambien las reglas del juego. ¿Y qué ocurrirá cuando se aplique una normativa realmente ambiciosa en materia de política energética y protección del medio ambiente? Todas las innovaciones, todas las soluciones, todas las nuevas tecnologías tendrán un tirón, llegarán al mercado y se pondrán en valor.



Este artículo se publicó originalmente en la edición de enero de la revista European Files

Escrito por Bertrand Piccard en 17 de enero de 2018

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