Sobriedad, eficacia y sentido común

La actual crisis energética, con su obsesión por encontrar nuevos proveedores de gas natural, me recuerda la respuesta de los fabricantes de aviación a mi avión solar: "Imposible, porque el sol tendría que proporcionar más energía". Siempre se trata de producción frenética y de cantidad.

Si algo conseguimos con el Solar Impulse, es que construimos un avión tan eficiente que era capaz de utilizar únicamente lo que el sol le proporcionaba.

Mucho antes de la guerra de Ucrania, sabíamos que el mundo tenía que liberarse de los combustibles fósiles, pero la supervivencia de la humanidad frente al cambio climático parece pesarnos menos que el temor a un déficit energético invernal. Hace tiempo que deberíamos haber afirmado nuestra independencia energética utilizando recursos renovables y reduciendo el derroche de energía para proteger el medio ambiente. Y de repente es demasiado tarde. Es como la historia del maestro zen que responde a su discípulo que le pregunta cuál es el mejor momento para plantar un árbol: "Hace 100 años"...

Ahora que nos enfrentamos a la reducción de los combustibles fósiles y al aumento vertiginoso de los precios, los gobiernos han adoptado el concepto de "sobriedad" ("sobriete"), propugnado por un pequeño círculo dedicado a promover políticas de decrecimiento. Se anima a los ciudadanos a reducir la calefacción, la iluminación y la velocidad de sus vehículos. Sin embargo, se les pide que recorten mientras siguen viviendo en tamices térmicos con calefacción ineficiente, conduciendo coches que gastan el 75% de su combustible. En otras palabras, la gente debe consumir menos pero sin ningún beneficio. No se trata simplemente de consumir menos, sino de consumir de forma inteligente.

Ahorrar energía es, en efecto, una prioridad. Sin embargo, como "sobriedad" se asocia a menudo con la idea de privación, prefiero utilizar "eficiencia". En este caso, el objetivo es sencillo: hacer más con mucho menos. Esto no significa estar en contra de la sobriedad, sino ser realista al permitir una transición hacia nuevas soluciones.

La sobriedad implica reducir el consumo mediante un cambio de comportamiento. La eficiencia es el resultado de mejoras tecnológicas que permiten ahorrar recursos y obtener un resultado superior, con un menor consumo.

La eficiencia conlleva una reducción al tiempo que ofrece un beneficio, mientras que la sobriedad conlleva una reducción, pero con un sacrificio. Necesitamos ambas cosas en paralelo, pero seamos francos: para convencer a quienes se oponen a las medidas ecológicas y motivar al mundo industrial y económico, el término eficiencia no debe asociarse a privación. La eficiencia proporciona beneficios directos, con nuevas ventajas industriales.

Más allá del aislamiento en el entorno construido, la eficiencia debe ampliarse a los equipos industriales, al calor residual de las fábricas y los centros de datos, a las redes eléctricas, a los residuos no reciclados y a los residuos alimentarios resultantes de las fechas de caducidad anticipadas. Esto es lo que deberíamos haber estado resolviendo desde que empezamos a hablar del cambio climático: una modernización de todos nuestros sistemas para ahorrar enormes cantidades de recursos que desperdiciamos entre la producción y el consumo. En un país como Suiza o Bélgica, la sustitución de las bombillas incandescentes por LED, y de la calefacción eléctrica por bombas de calor, permitiría cerrar 2 centrales nucleares, o redirigir esa energía para compensar la escasez de gas ruso.

Entre sobriedad y eficiencia, también hay que hacer gala de sentido común, y eso es lo que deberíamos esperar de nuestros cargos electos. Pero como hemos perdido el tren de la eficacia y ahora hablamos de sobriedad, hemos hecho recaer la carga sobre los ciudadanos haciéndoles olvidar lo que los políticos deberían haber hecho en un principio.

Es cierto que hoy la sobriedad ofrece la ventaja de algunos resultados inmediatos, mientras que la eficiencia no dará frutos hasta después de años de trabajo de modernización.

Y la eficiencia tiene mala prensa en algunos círculos por el famoso efecto rebote: el ahorro que obtenemos permitiría adquirir más bienes, lo que incitaría a utilizar más energía y recursos. Incluso se empieza a oír que deberíamos renunciar a la idea de aumentar nuestro poder adquisitivo, en nombre de la ecología. Esto es más un problema para los ricos, ya que los pobres no utilizarán sus ahorros para comprar artilugios, sino para alimentarse mejor y criar dignamente a sus hijos.

Pero en realidad este efecto rebote, si es que existe, podría producirse tan fácilmente con la sobriedad como con la eficacia tecnológica.

Lo que hay que entender es que la rentabilidad de la eficiencia permite un desarrollo económico y social respetuoso con el medio ambiente al luchar contra el despilfarro. Si no está convencido, eche un vistazo a las más de 1.450 soluciones técnicas identificadas por la Fundación Solar Impulse que lo demuestran. ¿No es más atractivo que los sacrificios que se nos presentan como inevitables? Está en juego el futuro mismo del medio ambiente y de la economía.