Opinión - 18 de diciembre de 2020

La lentitud de los COPs conduce a una sana frustración

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Escrito por Bertrand Piccard 4 min lectura

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Entonces, ¿qué queda de la COP21? Sobre todo, mucha frustración. Pero lejos de ser inútil, esta frustración ayudó a dar un paso adelante. Es lo que permitió mover las líneas. Sólo que no como se esperaba.

En la COP21, en plena vuelta al mundo de Solar Impulse, participé en estos 10 días de debates que el mundo esperaba desesperadamente. Vi cómo se negociaba amargamente cada detalle semántico, cada coma. Cómo se jugó el equilibrio de poder en torno a un sorprendente acuerdo entre Obama y Xi Jinping para convertirse en líderes del clima. Y el estallido final de alegría cuando los 195 jefes de Estado y de Gobierno se comprometieron a mantener el aumento de la temperatura atmosférica "muy por debajo de 2°C, si es posible 1,5".

Todos los países se comprometieron a presentar, en un plazo de 5 años, una lista de compromisos denominada "Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional" que expresara sus máximos esfuerzos. Para garantizar el apoyo de los países más vulnerables, que acusaban a las naciones ricas de ser la única fuente del problema, un Fondo Verde para el Clima de 100.000 millones de dólares anuales debía proporcionarles la ayuda necesaria para adaptarse al cambio climático.

Se ve que ya no se estaba en la evasión del problema, como si la lucha estuviera ya perdida, sino sólo en el intento de reducir sus efectos.

Cinco años después de esta inmensa oleada de esperanza, la constatación es irrefutable: el problema climático ha crecido exponencialmente, mientras que nuestros esfuerzos han crecido de forma lineal, ampliando la brecha entre lo que deberíamos hacer y lo que realmente hacemos.

Las siguientes cuatro conferencias sobre el clima, a pesar de los esfuerzos de sus organizadores, hicieron añicos el consenso internacional, con muchos países en situaciones irreconciliables. ¿Cómo encajan los aerogeneradores daneses con los pozos de petróleo saudíes? Dentro de Europa, ¿el carbón polaco con la fotovoltaica española?

Entonces, ¿qué queda de la COP21? Sobre todo, mucha frustración. Pero lejos de ser inútil, esta frustración ayudó a dar un paso adelante. Es lo que ha permitido mover las líneas. Sólo que no como se esperaba.

En París, los Estados iban por delante del mundo económico y las empresas se resistían. Hoy, vemos precisamente lo contrario. Sin que nada avance -salvo las emisiones de CO2 y las huelgas de los jóvenes-, los actores locales y privados están asumiendo el problema. Algunas regiones, como Escocia, han anunciado que quieren alcanzar la neutralidad del carbono 10 años antes que los demás. Las empresas están formando coaliciones verdes, en la moda, el transporte marítimo, la industria, lo digital y las finanzas. Los estados americanos se oponen a Trump y deciden seguir unilateralmente los Acuerdos de París. Las ciudades toman las medidas que pueden a su nivel para salir de la parálisis. Sí, la frustración ha despertado al mundo, 5 años y unas cuantas gigatoneladas de CO2 después.

Esta bienvenida reacción del mundo capitalista debe superar a los movimientos ecologistas para evitar la radicalización que sentimos que se avecina. Es muy probable que, al no tener en cuenta el bienestar de las personas y su entorno vital, el sistema actual corra el grave peligro de ser barrido por una ola de protesta verde y popular. Recordemos al zar Nicolás II, que dijo: "Lo he hecho todo por Rusia", a Lenin, que respondió: "Sí, pero nada por el pueblo". Es fundamental hablar el mismo idioma.

Creo que hay un problema de percepción de la cuestión. El cambio climático es para muchos un problema lejano en el tiempo y que concierne a las generaciones futuras, difícil de comprender hoy, muy costoso de resolver y por el que tendríamos que sacrificar lo que más valoramos en nuestro estilo de vida. No es fácil pasar esa píldora. ¿No sería más tangible hablar de los problemas muy visibles a corto plazo: la contaminación atmosférica que mata a 8 millones de personas al año? ¿El agotamiento de los recursos naturales, las toneladas de residuos abandonados en la naturaleza y los riesgos financieros que esto representa? ¿La imperiosa necesidad de resolver mediante la eficiencia el inmenso despilfarro de nuestra sociedad actual? ¿El peligro de las desigualdades y el caos social al que se enfrenta el mundo? A pesar de todo, el mérito del cambio climático ha sido reunir al planeta en París.

Algo más ha cambiado en los últimos 5 años: la espectacular rentabilidad de las tecnologías limpias y las energías renovables. En la mitad del mundo, la electricidad fotovoltaica es ahora más barata que la energía fósil o nuclear, y las inversiones en eficiencia de los recursos pueden amortizarse con el ahorro. Hay cientos de soluciones en todos los ámbitos de la industria, la energía, la movilidad, la agricultura y los edificios que protegen el medio ambiente y a la vez generan riqueza y empleo. Para ello, los responsables de la toma de decisiones deben tomar conciencia de ello y adoptar normas medioambientales mucho más ambiciosas para llevar estas nuevas tecnologías al mercado.

El problema está precisamente ahí: nuestro marco legal se basa en tecnologías antiguas e ineficientes, lo que permite a los contaminadores afirmar que lo que hacen es legal. Hay normas en el ámbito de la salud, la educación, la justicia... Pero todo el mundo puede seguir liberando todo el CO2 que quiera a la atmósfera, pescar todo lo que quiera y agotar los ciclos de reproducción, o quemar petróleo a su antojo. La imprevisibilidad de la legislación y el riesgo de distorsión de la competencia impiden que la industria invierta espontáneamente en una producción más limpia. Esta situación es un disparate tanto desde el punto de vista medioambiental como económico.

Para avanzar, ahora es necesario alinear una presión popular que asuste, soluciones que tranquilicen y un marco jurídico ambicioso. Que la frustración del fracaso nos empuje a ello.


Publicado por primera vez enLes Echos

Escrito por Bertrand Piccard en 18 de diciembre de 2020

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